La frustración de quien busca algo que sabe que nunca va a encontrar.

sábado, 17 de octubre de 2009

En una campana de cristal


Hace ya algunos años, descubrí en Sylvia Plath una parte de mí que creía enterrada por la fuerza del paso del tiempo o por el desarrollo natural en mi personalidad. Comencé a devorar cualquier escrito que pudiera encontrar con su firma, a penetrar todo lo que pudiera en su vida, en su peculiar destreza que provocaba en mí una curiosa admiración. No veía en ella a una persona inestable. Puede alguien ser el más trastornado por tener los ojos demasiado abiertos, puede alguien no entender la vida en sociedad, puede alguien no encajar con la visión unánimente compartida, puede alguien sentirse incapaz de adaptarse a ningún tiempo. Quizás su voz, real y habida de saber, sigue recordándome a la figura más importante que tuve en mi aprendizaje escolar y que perdí con los años. Sea esto lógico o no, sinceramente, no me importa.

Parecía algo estúpido el lavar, cuando tendría que lavar de nuevo al día siguiente. Me cansaba sólo de pensarlo.

Buscando y rebuscando, encontré no hace tanto, The Bell Jar o La Campana de Cristal en formato original y digital y lo he estado guardando con mimo, hasta temerosa de perderlo. Aún no lo he leído al completo. Hay muchas formas de leer, supongo. Probablemente la más común sea pasar de un libro a otro, pero tanto éste como la lírica de Plath, los leo saltando de unas páginas a otras, desde delante hacia atrás o desde atrás hacias delante. Los leo mil veces. Los leo haciendo pequeños paréntesis en el tiempo.

Me vi a mí misma, sentada bajo la higuera, muriendo de hambre, sólo porque no podía decidir cuál de los higos escoger. Los quería todos y cada uno de ellos, pero elegir uno significaba perder el resto, y, mientras estaba allí sentada, incapaz de tomar una decisión, los higos comenzaron a arrugarse y a ennegrecer, y, uno a uno, cayeron al suelo cerca de mis pies.

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